Meteorología vs. Hidrología: el cielo contra la tierra

Antonio Pulido Pastor (diciembre de 2024).

EL CIELO

Hace aproximadamente un mes, el 29 de octubre de 2024, un episodio de gota fría volvió a desplegarse de forma salvaje sobre la orilla sur de la ciudad de Valencia. Algunos de los barrancos y microcuencas cuya dinámica hidrológica ha conformado el entorno del mar pequeño (al buhayra) que se formó en el paraje de lo que se conoce Saler-Albufera recuperaron su memoria torrencial y activaron de nuevo su función excavadora y de transporte.

La consecuencia de ello han sido más de doscientas vidas humanas y daños materiales incontables hasta el momento. La necesidad de una explicación lógica, la más imperiosa aún de evitar repeticiones de un evento similar, así como la usual tendencia de espontáneos al ruedo de la opinión pública, han llenado los medios de todo tipo con información a cuál más disparatada.

Foto: Cortesía E. Ortega Gironés. Una de las calles afectadas por la riada del barranco del Poyo, 2024

Pocos casos entre la serenidad y el acierto, entre los que destaco dos: uno de un empresario y jurista, Jesús Laínz y otro, de un ingeniero de Montes, Ignacio Pérez-Soba Díez del Corral. El primero, en un foro de ámbito conservador o vulgarmente facha; pero el segundo, nada más y nada menos, aparecido en las páginas de uno de los principales medios a los que se le atribuye, vulgarmente, la posición de socorrista frente al partido político actualmente en el Gobierno.

Nada que ver con las declaraciones de todo un Gobierno de la Nación, representado en su posición apical por el Presidente y rematado por la nueva y flamante ministra para la transición energética y el reto demográfico (MITERD).

A. Pérez Meca – Europa Press / Europa Press

Los más afines a esta última tendencia, acusadora del medio ambiente y los fenómenos naturales, atribuyen el desastre a circunstancias climáticas desfavorables causadas por la continuada intervención humana desde el inicio de la época industrial, basándose en la rápida liberación de carbono a la atmósfera. Es lo que se llama ahora Cambio Climático Antropogénico.

A estas alturas del partido, ya no debería sorprender que los principales jaleadores de las tesis oficiales se encuentren en una pléyade de analistas, transmutados en meros cronistas, que no se esmeran en ahondar más allá del explícito edicto de tablón o emitido verbalmente por el portavoz de la oficialidad.

Menos aún, observar la serie de personajes venidos a menos que deben sacar cuello desde el caparazón del ostracismo a través de la pequeña pantalla, para llevar a casa lo que suele conocerse como «el pan de los chiquillos», hoy en día transmutado en niveles de vida top, según el quién y el momento.

Lo peor de todo es que, puestos a discutir sobre el tema, se cierran en banda y cruzan tras el portón la etiqueta negacionista, como tranca frente al ariete de la evidencia.

A todos ellos, conviene remitir el mensaje de que, el simple hecho de mencionar el término cambio climático, es no tener remota idea de lo que significa clima y siquiera, la palabra cambio.

Todo viene de la confusión que la mayoría tiene sobre los conceptos meteoro y clima. El primero alude a la generación de un fenómeno o circunstancia atmosférica con más o menos consecuencias sobre la superficie terrestre y los organismos que la habitan. El segundo implica la caracterización que la sucesiva recurrencia promedio de los fenómenos meteorológicos imponen sobre un determinado territorio. Con consecuencias igualmente para los organismos que la habitan. La diferencia entre uno y otro, reside en la cuestión temporal.

Por eso, quiénes advirtieron el error, pasaron a una nueva nominación, reduciendo el axioma a la temperatura: calentamiento global antropogénico. AGW por sus siglas internacionales (Mörner, 2018).

Incluso los más avezados, sumaron a ésta la atribución de las sequías en los últimos años, pese al carácter claramente cíclico de las mismas, tradicionalmente conocido por la sabiduría popular agraria.

La meteorología es una cuestión cotidiana y el clima resulta, cuando menos, secular. La primera no tiene patrones de conducta o reiteración mientras que el segundo sí. Frente a la eventualidad de una, lo esperable de la otra. Es la diferencia entre lo observable y lo esperado. Una se estudia a escala de generación humana, con series temporales de 25-30 años y el otro, a escala geológica, con series o ciclos de siglos, milenios o millones de años.

Por tanto, el cambio está implícito, pero no en los términos inmediatos y controlables que se nos traslada. Los fenómenos geológicos que se producen en la actualidad están regidos por las mismas leyes que funcionaron en el pasado (Principio del Actualismo). Y viceversa, por eso se recurre a los registros fósiles de la Tierra para entender la situación actual e intentar predecir la evolución del futuro a escala humana.

Es por eso que los geólogos estudian más sobre clima que los meteorólogos o los físicos. Aquellos pueden leer y aprender en el libro del pasado. Éstos por el contrario, miran hacia el futuro a través de herramientas y tecnologías modernas para construir modelos con los que proyectar la variabilidad del clima. 

Y en palabras del maestro Oogwayel futuro es un enigma (DreamWorks, 2008). La climatología la estudian geólogos y geógrafos mientras que la meteorología es más disciplina de ingenieros, físicos y meteorólogos. Temperatura, viento, precipitación, evaporación, condensación, gelificación, trueno, rayo, son cuestiones meteorológicas. El cómo y cuándo se producen o manifiestan sobre un determinado territorio de la Tierra, a lo largo del tiempo, los convierte en asunto climático.

El clima caracteriza espacios territoriales a lo largo de la geografía terrestre, hasta el punto de que fue o sigue siendo sinónimo de clasificación de aquellos. El topónimo Lecrín (Granada), deriva del árabe al iqlim (el clima), refiriéndose a un territorio del antiguo reino nazarí con características comarcales similares. La meteorología, por su parte, caracteriza épocas a lo largo del régimen anual dentro de esos espacios. Es lo que se llama estacionalidad.

Por eso hay regiones de clima ecuatorial, tropical, continental, atlántico, mediterráneo, boreal, polar, desértico…, y estaciones como las ya conocidas: invierno, primavera, verano, otoño, en climas templados o el monzón, la estación seca, la estación lluviosa de los climas tropicales.

Por tanto, una sequía, un pulso de precipitación torrencial, una anomalía térmica en un momento determinado, no es un cambio de clima. Son desviaciones del promedio que dependen única y exclusivamente de la circulación general de la atmósfera, de las corrientes oceánicas y de cómo estas, reparten a lo largo del Planeta el balance de energía que procede del Sol.

«La atmósfera constituye una delgada capa gaseosa turbulenta, sometida a fuertes influencias térmicas que condicionan los procesos hidrometeorológicos. Aunque la fuente del calor primario sea evidentemente la radiación solar, el aire puro y seco es tan “transparente” para las radiaciones de mediana y pequeña longitud de onda, que la atmósfera es, sobre todo, calentada por su base, gracias a la “emisión secundaria” de la superficie de la tierra, que transforma la energía incidente recibida del sol en radiación calorífica de gran longitud de onda más fácilmente absorbida por el vapor de agua, el gas carbónico y los polvos contenidos en el aire.

Sin embargo, la absorción de la mayor parte de los rayos ultravioleta por el ozono concentrado en la “capa caliente” que reina a unos 30 km de altitud puede jugar un papel esencial en las fluctuaciones de la situación meteorológica» (Remenieras, 1974).

Así pues, un cambio climático no se produce por una fenomenología meteorológica eventual, como puedan ser unos registros inusuales, tal que una modificación en el diario térmico o de precipitación. Aunque se presente con cierto carácter recurrente o de apariencia continuada y progresiva. Es lo que suele llamar episodio o período.

El carácter cíclico de muchos episodios es, cuando menos, bíblico en la memoria humana. Basta citar el libro de José, en el que se mencionan recurrencias de siete años para los períodos de abundancia y escasez dependiendo de la favorabilidad meteorológica sobre las cosechas del Antiguo Egipto.

A otro nivel de memoria, el de la Tierra, los registros son igualmente cíclicos. Ciclo de Dansgaard-Oeschger, ciclo de Eddy, ciclo de Bray, ciclo de Feynman, ciclo de Schwabe, ciclo de Hale, ciclo solar,… (Vinós, 2023; Nierode, 2024; Ortega Gironés et al., 2024).

Fig. 1.- Oscilaciones en el ciclo solar (Nierode, 2024)

Hay publicaciones más recientes que La Biblia y de carácter más científico, que muestran la recurrencia de ese tipo de eventos (Barriendos & Rodrigo, 2006; Ortega Girones, 2024).

También la vegetación de un territorio es reflejo del clima actuando como testigo, por lo que se suele llamar vegetación climácica o zonal. En su dinámica a lo largo del tiempo, se reflejan cambios en función de las alteraciones que sufre el patrón climático.

Estas oscilaciones también se han mostrado cíclicas a escala de tiempos geológicos, desplazando especies sobre el territorio en busca de refugios desde los que volver a colonizar antiguos dominios. Es lo que se conoce como Paleobotánica (Costa Tenorio et al., 1990; González-Sampériz et al., 2010; Carrión García et al., 2022).

Fig. 2.- Ciclo solar de Feynman (Vinós, 2022)

No estamos de momento en cambio de clima. En nuestra región, la tipología sigue siendo Mediterránea. Sus características principales que son inviernos de temperaturas moderadas, distribución de precipitaciones entre primavera y otoño, con márgenes entre los 300 mm y los 3000 mm anuales y la existencia de un período de máximas temperaturas (verano) con déficit o ausencia de precipitaciones, no han cambiado. Ni por el momento parecen estar en transición o fase de cambio.

Los registros térmicos y de precipitación (sólida o líquida) son sólo factores meteorológicos, dentro de un rango variable, que no determinan por sí mismos la caracterización de un clima. El factor tiempo, no está siendo tenido en cuenta. El calor se produce en tiempo de calor, y el frío en tiempo de frío, salvo eventuales procesos adiabáticos de carácter local generados por la combinación entre circulación atmosférica y relieve (vientos terrales) que muchos de los opinadores oficiales… no parecen tener en cuenta.

Hay que descartar, por tanto, que la circunstancia meteorológica de la gota fría, depresión atmosférica en niveles altos o ciclón de otoño se trate de una anomalía o circunstancia especial, y mucho más, que sea atribuida a un cambio climático, al igual que otras cuestiones (Mörner, 2018; Ortega Gironés, 2024).

El consenso no es científico sino político y mediático (Mörner, 2018, Ato, 2024). Hay muchos científicos que se mantienen fieles a los principios de la Ciencia y que no solo discrepan sino que contradicen la hipótesis del IPCC acerca de la responsabilidad del CO2en el calentamiento por efecto invernadero como causa de cambio con atribución antropogénica.

Entre ellos, cabe citar Solomon, 2010; Humlum, et al., 2013; Harde, 2013; Schildknecht, 2020; Kotusoyiannis, 2021; Lighfoot & Ratzer, 2023; Miskolzci, 2023; Ato, 2024; Kubicki et al., 2024, Ortega Gironés et al., 2024.

«Aunque se achacan estas lluvias intensas a cambios climáticos inducidos por el hombre, existen datos de fuertes avenidas ya desde el año 75 a.C., cuando César derrotó a Pompeyo en Hispania valiéndose de unas fuertes inundaciones en las cuencas del Segre y Cinca. A partir del siglo XII existen frecuentes reseñas históricas de estos hechos (Font Tullot, 1988)» (Martínez de Azagra & Navarro Hevia, 1996).

La frecuencia con la que se producen esos fenómenos es aleatoria y entra dentro de lo que se conoce como período de retorno (T). Entra, por tanto, dentro de la fenomenología característica de la climatología de la región. El calor que se produce y acumula en el Cinturón o Zona de Convergencia Intertropical se transporta hacia los Polos y sus consecuencias se proyectan sobre la zona templada, en la franja latitudinal comprendida entre los 30º y 60º N (Vinós, 2023).

Tales circunstancias no son regulares, sino cíclicas como lo son la Oscilación Decadal del Pacífico, la Oscilación Multidecadal Atlántica y los fenómenos de El Niño y su contrapuesto La Niña (Vinós, 2023).

Así pues, el calor que se produce principalmente en las regiones ecuatoriales y templadas durante el verano, se traslada hacia el norte en tiempo de cambio de orientación del hemisferio, generando fenómenos de gradiente y circulación atmosférica que evacuan el aire frío ártico, cuyo vórtice no tiene la estabilidad del antártico (Vinós, 2023).

El agua se evapora en los océanos debido a la energía proporcionada por las radiaciones solares. El vapor de agua asciende formando las nubes, de las que parte se desplazan hacia la tierra, donde se condensan y forman la precipitación terrestre (Mintegui Aguirre & López Unzu, 1990).

El mar no es un sistema en ebullición en el que el fluido disponga de la energía suficiente para escapar por si misma al medio aéreo. Es la atmósfera, con la energía solar y sus condiciones, la que dispone de poder evaporante, por lo que la temperatura del agua no es el único factor determinante.

Los flujos se generan a través de gradientes y en ello influye el concepto diferencial o diferencia de potencial (2º Principio de la Termodinámica). No se puede determinar con un único valor. Y en caso que nos ocupa, hablar de varios grados más en la temperatura del agua no establece diferencial si no hay dato con respecto al medio aéreo.

A ello hay que unir la necesidad de un sistema de bombeo o aspiración que eleve el agua hasta las capas altas donde conseguir la condensación necesaria para caer y asimismo un mecanismo de retroalimentación que pueda mantener el proceso durante el tiempo que se prolongará el pulso de precipitación.

Este mecanismo es el ciclón o borrasca, un régimen de vientos convectivos que ascienden desde la superficie terrestre a la vez que giran en sentido contrario a las agujas del reloj (en el Hemisferio N).

En esta ocasión, la borrasca originadora del evento meteorológico estaba situada frente a las costas del cabo de San Vicente (Portugal) y no en el Mediterráneo. Su seguimiento a lo largo del Atlántico durante días previos ha mostrado como era una consecuencia derivada por los restos del huracán Milton que sacudió las costas centroamericanas a principios del pasado octubre.

Su potente diferencia de potencial generó fuertes vientos de levante que generaron succión del viento en la cuenca mediterránea atrayéndolas hacia las montañas de interior y forzando su elevación y enfriamiento en su ascensión por las laderas montañosas de la cadena levantina. Sus efectos se prolongaron días después a las zonas costeras de Granada, Málaga, Cádiz y Huelva, ya en pleno Atlántico, donde la temperatura del mar era más baja. 

En el hecho de nulos daños personales, tuvo mucho que ver la situación hidrológica de las vertientes, en las provincias de Málaga y Granada. Por otra parte, influye la altitud a que se encuentre el punto de rocío, en que condensa el agua. A medida que asciende, el vapor de agua se expande al disminuir la presión. Rebaja temperatura a razón de 0,6 ºC/100 m (en el adiabático húmedo) por lo que dependerá tanto de la temperatura inicial como de la altitud a que se encuentre el punto de condensación. A mayor altitud, menor influencia de la temperatura basal. Es por tanto, una cuestión relativa.

Para rematar, dejo aquí algunos apuntes recomendables como píldoras de primeros auxilios en caso de carbonofobia, uno bastante antiguo:

«Los océanos son mucho más importantes como reservas de anhídrido carbónico que la atmósfera. Ocupan cerca de tres cuartas partes de la superficie terrestre y se estima que contienen cerca de ochenta veces más carbono que la atmósfera en forma asequible para las plantas. El anhídrido carbónico de las aguas oceánicas está involucrado en una serie de complejos ciclos químicos y biológicos que nunca han sido totalmente determinados… También existe un complejo equilibrio entre el CO2 disuelto, los carbonatos y los bicarbonatos. Ciertos animales marinos emplean grandes cantidades de carbonatos para la formación de sus conchas protectoras. Otros animales marinos precipitan gran volumen de anhídrido carbónico en forma de combinaciones químicas como el carbonato de calcio de muchas rocas calcáreas, y existe también un constante intercambio de anhídrido carbónico entre el océano y la atmósfera. En realidad, y bajo un aspecto teórico, existe una buena razón para suponer que la concentración de anhídrido carbónico de la atmósfera se mantiene en equilibrio dinámico con la de los océanos en forma más o menos efectiva. El mantenimiento del equilibrio dinámico de tan vasta escala entre los océanos y la atmósfera, es probablemente el factor principal responsable de la uniformidad de la concentración del anhídrido carbónico en la atmósfera» (Meyer et al., 1966).

Y otros más recientes:

  • El cambio climático es un asunto político impulsado desde los tiempos de Margaret Thatcher al frente del gobierno británico (Mörner, 2018).
  • Los actuales incrementos de temperatura sobre la Tierra son parte de su ciclo natural de temperatura que ha estado ocurriendo durante los últimos 15.000 años. La cantidad de manchas solares es la principal fuerza que determina si las temperaturas incrementan o declinan durante las oscilaciones en el Modelo de Ciclo Solar (Nierode, 2024).
  • La capacidad de absorción ya está casi completamente saturada. Con 300 ppm un 98,5% y con el doble, un 99,3%. El efecto invernadero hace el vapor de agua con un máximo del 60%. El resto de calor se escapa al Espacio. Solo en el rango de longitud de onda (del IR) entre 13 y 17,6 micras, el CO2 puede tener una influencia de efecto invernadero de un máx. del 14%, sólo cuando la atmósfera está seca por completo (en los desiertos, por ejemplo). Pero como su capacidad de absorción ya está casi saturada por completa, ya no tiene más importancia, ya no puede absorber más (Schack, 1972).
  • Schack señala en su artículo que, para una concentración de 0,03% de dióxido de carbono en el aire, la saturación aproximada es alcanzada dentro de una distancia de aproximadamente la altura de la troposfera. La absorción alcanza valores cercanos al 100% para un contenido real en CO2 del 0,03%, se concluye que cualquier incremento más (antropogénico) de CO2 no puede llevar a una absorción de radiación apreciablemente más fuerte y consecuentemente no puede afectar al clima de la Tierra. El cuantitativo resultado de ∆T = 0,5 a 0,6 ºC válido para el drástico incremento de doblar el contenido de CO2 en el aire desde 380 ppm a 760 ppm, en el plazo de un siglo, confirma que el efecto de un incremento de CO2 antropogénico sobre el clima de la Tierra es bastante insignificante (Schildknecht, 2020).
  • Existe una clara relación de fase entre los cambios de CO2 atmosférico y los diferentes registros de temperatura global, ya sea que representen la temperatura de la superficie del mar, la temperatura del aire superficial o la temperatura más baja de la troposfera, con cambios en la cantidad de CO2 atmosférico que siempre se retrasan respecto a los cambios correspondientes en la temperatura (Humlum et al., 2013).
  • El CO2 solo a una concentración de 380 ppm contribuiría al 24,1 %, pero en presencia de otros gases, su influencia se repele al 4,6 %, lo que se debe a la fuerte superposición espectral con los otros componentes, particularmente con el vapor de agua, y la absorción total solo sube hasta el 85,3 %. Basado en la simple suposición de que debido a la radiación de retorno, el efecto invernadero natural causa un aumento de la temperatura global de aproximadamente 33K y que la temperatura de la superficie responde linealmente a cualquier cambio en el balance de energía o radiación, un aumento en este balance de menos del 1% solo debería contribuir a un aumento de la temperatura de aproximadamente 0,3 K. Esto está en clara contradicción con el IPCC, que emite una sensibilidad climática oficial (aumento de la temperatura al doble de CO2) de CS = 3,2 K (Harde, 2013).
  • Los resultados del experimento presentado sugieren claramente que puede haber saturación de la absorción de la radiación térmica de la Tierra en dióxido de carbono atmosférico. Si este fuera el caso, el dióxido de carbono emitido adicionalmente a la atmósfera no tendría que ser el gas de efecto invernadero (Kubicki et al., 2024)
  • El océano es un enorme reservorio de CO2 y un mayor contribuyente al ciclo del CO2a causa de los cambios de solubilidad con la temperatura (Ato, 2024)
  • Los picos de calentamiento global llegan a ser mucho más probables durante los eventos de El Niño precedidos por un largo evento de La Niña, incluso si no son esperados (p = 10.3 %) y la variabilidad interna puede producir tales picos grandes en la Temperatura Global Media de Superficie (GMST) sin implicar forzamiento externo (Raghuraman et al., 2024)
  • No existe correlación entre el progresivo incremento de la concentración de CO2atmosférico y las temperaturas medias anuales…, de cualquier parte del mundo, ni siquiera a lo largo del s. XX, el sometido al supuesto efecto antropogénico. Es algo que cualquiera puede comprobar simplemente comparando las gráficas que pueden encontrarse en distintos medios.

LA TIERRA

Cuando la meteorología llega a tierra abandona su naturaleza cósmica y se convierte en hidrología. El cielo llega al suelo y se funde en beso húmedo con la Tierra. Nunca hubo una conexión vertical más sagrada, porque siempre se interpretó como fuente de vida.

El elemento líquido entra en fase con el sólido y se genera una mezcla de composición variable y de características mecánicas que pueden llegar a ser muy potentes. En el proceso intervienen una serie de elementos que obviamente, son los que han convertido el evento meteorológico reciente sobre Valencia, en una catástrofe humana y económica.

1.- Físicos

Obviamente, el primer factor definitorio se deriva de las características de la pista de aterrizaje. La forma y extensión de lo que se llama cuenca de recepción o cuenca vertiente sobre la que incide el pulso de precipitación. Sobre ella, se produce el fenómeno o evento hidrológico que recibe el nombre de escorrentía.

La energía potencial de este evento hidrológico dependerá de la altura de la cuenca, obtenida mediante la diferencia entre sus altitudes mayor y menor (curva hipsométrica). Es el mismo concepto ya referido de diferencia de potencial (2º Principio de la Termodinámica). Valga como ejemplo, un tobogán. La energía cinética que puede desarrollar esta energía potencial depende del tamaño y forma de la cuenca de drenaje. Las cuencas grandes amortiguan más que las pequeñas, en razón de que raramente un evento meteorológico las puede afectar íntegramente (caso de la crecida anual del Nilo).

En una cuenca pequeña, los pulsos que ocurran en el punto más alejado de la salida, tardan menos tiempo en manifestarse aguas abajo y no tienen opción a disipar energía. De igual modo, un episodio de cierta extensión, tiene más probabilidad de afectar a la totalidad o gran parte de la superficie. Es decir, toda la escorrentía que pueda originar un evento, afecta al mismo territorio.

El tamaño, expresado en unidades de superficie está afectado también por la forma o configuración de la misma. No genera los mismos riesgos una extensión de forma redondeada que una que tenga la mayor parte de su territorio en disposición alargada. Cuanto más circular sea (similitud entre ejes principales), más favorable y cuanto más elíptica (disparidad entre ejes principales), más desfavorable.

2.- Funcionales

Además de estas características físicas o de forma, intervienen otras que podrían llamarse de funcionalidad o comportamiento. Entre ellas, hay que destacar las que intervienen en la infiltración, que podrían llamarse permeabilidad y rugosidad del terreno. La permeabilidad influye en la capacidad de percolación, es decir, restar caudal de precipitación a la escorrentía. Disminuye de forma efectiva el volumen de agua disponible para escurrimiento superficial. Ello supone menor capacidad para generar volumen sólido en el flujo resultante por reducción de la capacidad erosiva. La infiltración no depende sólo de las características del terreno, esencialmente porosidad e inclinación. Influye y mucho, la capa de vegetación que sustente sobre ella. El manto vegetal intercepta la gota de agua y en primera instancia resta caudal disponible para la escorrentía.

Simultáneamente, impide su impacto directo sobre el terreno siendo éste el primer instante del proceso erosivo, al facilitar la liberación de micropartículas disponibles para su arrastre.

La intercepción de precipitación en su proceso de escurrimiento prolonga el tiempo de llegada hasta el suelo al reducir sensiblemente la velocidad. Así pues, la cobertura vegetal, en función de su altura y densidad, actúa como una primera esponja absorbente que reduce la velocidad y fuerza de la subsecuente escorrentía.

El segundo colchón amortiguador será la estructura intrínseca del suelo. La textura y cohesión del suelo influye en su porosidad, favorecida por la acción mecánica de elementos vivos sobre ella, principalmente la vegetación, aunque también la de animales (lombrices, insectos, micromamíferos). En ello tiene mucha preponderancia la mineralogía del sustrato. Las rocas calizas suelen estar fragmentadas en superficie y además, socavadas desde superficie a profundidad por la acción de disolución kárstica, que genera fisuras, galerías, cuevas y simas, con elevada capacidad drenante que en ocasiones anula los fenómenos de escorrentía superficial.

Mineralogías impermeables, como las arcillas y rocas ígneas u otras de origen sedimentario, favorecen la escorrentía superficial a poco que la precipitación sea notoria.

Como rugosidad, puede considerarse todo aquello que, una vez iniciada la escorrentía de superficie, dificulta su flujo mediante la disminución de su velocidad. La solución areal más barata y extendida es la de generar una cubierta vegetal, a fin de lograr los beneficios citados anteriormente. Por regla general se establece un herbazal (empradizamiento) o una arboleda (repoblación forestal). La revegetación de cumbres y laderas en cabecera de cuenca actúan en el sentido de intercepción y escurrimiento ya referido, a salvo de arrastres, dado que se encuentran lejos del riesgo de crecida.

Como estas soluciones funcionan a largo plazo y su establecimiento depende de circunstancias ambientales variables, lo normal es acometer trabajos alternativos de más facilidad y rapidez de implantación. Consisten estos otros en la instalación de estructuras transversales a las líneas de máxima pendiente. Artificios pequeños cuando se trata de un tratamiento de área y mayores cuando se trata de un tratamiento longitudinal, donde se manejan caudales mayores.

En el primer caso, la construcción de pequeños diques de tipología material diversa y poco consistente como puede ser el ramaje, la madera o la piedra. Reciben el nombre de fajinas, las que se construyen con ramas o madera y tienen forma de gavilla o empalizada.

Reciben el nombre de albarradas los diques pequeños construidos con estacas de madera o piedra suelta (mampostería seca) en el centro de una cárcava o barranco pequeño. Suelen usarse en tratamientos de cabecera de cuenca o de erosión incipiente.

A medida que se desciende en altitud, el volumen de desagüe es mucho mayor y los tratamientos requieren estructuras de mayor entidad: diques cuando son transversales, espigones si son longitudinales y rastrillos cuando están enterrados hasta ras de superficie.

Lo más usual es dotar de una sucesión de diques ortogonales al eje longitudinal de un cauce o un barranco, hasta lograr lo que se conoce como pendiente de compensación. Esta es la que adopta el lecho del cauce cuando la colmatación de la sucesiva serie de diques, reduce la pendiente original del terreno y reduce así la velocidad del flujo. Con su relleno por acúmulo de sedimentos, la cubeta que conforma un dique estabiliza también los márgenes del barranco, reduciendo su excavación por erosión.

Todo esto influye en lo que se denomina tiempo de concentración y su función es laminar el flujo y caudal punta, o lo que se llama aplanar la curva del hidrograma (evitar que el diagrama representante del caudal tenga forma de campana).

Por tanto, todo elemento que reduce la velocidad de escorrentía y aumenta el tiempo de concentración, resulta favorable para la prevención de regímenes de avenida catastrófica

La destrucción de pequeños azudes en la cuenca, de la que se ha hablado, influye negativamente en el proceso de avenida. Cabe cuestionar no obstante su funcionalidad relativa en función de cada caso particular derivado de su ubicación y caudal circulante.

El cálculo de todos estos elementos se hace en función de la probabilidad de acaecimiento de un pulso de precipitación. En base a ella, se define el tan nombrado período de retorno (T).

«En el curso de un período de observación de n años, se ha registrado m veces el “aguacero-tipo” de intensidad máxima im sobre un intervalo de referencia t, la frecuencia de ese “aguacero-tipo” es por definición:

El intervalo de recurrencia T es el inverso de la frecuencia

«Como en todos los problemas de previsión de ese género, se admite implícitamente que el valor de la frecuencia determinada es muy próximo al de la probabilidad; se ve que el intervalo de recurrencia, –llamado a veces “duración de retorno”– es el número de años en el curso del cual, en promedio, el aguacero tipo considerado se producirá solamente una vez» (Remenieras, 1974)

El período de retorno, es el inverso de la frecuencia con la que se presenta un determinado suceso.

«De las curvas de frecuencias acumuladas se puede deducir la probabilidad de excedencia buscada, y paralelamente es posible obtener el período de recurrencia, que se define como el período medio durante el cual la variable hidrológica excederá una vez el valor dado. Tradicionalmente los resultados suelen expresarse como la magnitud del evento de recurrencia T; es decir, el problema inverso, en el que se obtiene la magnitud de la variable que como media será excedida una vez en dicho periodo.

Es necesario notar que el período de recurrencia representa el período medio y que dicho valor no equivale a la diferencia de tiempo transcurrido entre dos excedencias del valor límite. La relación entre el período de retorno T y el período de tiempo T0 transcurrido entre dos excedencias puede expresarse si asumimos la distribución de Poisson para las excedencias como:

Donde P (T0) es la probabilidad de que el tiempo transcurrido sea igualado o excedido» (Mintegui Aguirre & López Unzu, 1990).

La misión de todo el manejo en una cuenca vertiente es evitar que los caudales de salida sean de carácter torrencial y dispongan de una energía demoledora a su paso y sobre todo en la llanura de inundación final.

La conjugación de todo, recibe el nombre de gestión hidrológico-forestal, una tarea ardua en lo económico (por la extensa superficie que requiere) y en el tiempo, por los requerimientos inherentes al proceso constructivo y sobre todo al vegetativo.

Este tipo de obras son las que se han llevado a cabo recientemente para mitigar riesgos hidrológicos tras el incendio forestal de Sierra Bermeja del año 2021, con distinta metodología y tipología en función de adecuación a diversas funcionalidades. (Pulido Pastor, 2024).


LOS HUMANOS

En el triste evento de Valencia, se han puesto a prueba todos estos elementos. En cuanto al factor humano, parece obvio aludir a la sensatez, ese sentido común, que parece ser el menos común de los sentidos.

Foto: cortesía de E. Ortega Gironés

Construir en zonas de riesgo (incendio, inundación, volcanes, aludes, desprendimientos) es fácilmente encuadrable dentro del absurdo. Concepto éste que parece estar restringido solamente al ser humano dentro del elenco natural.

Actualmente las cuencas vertientes suelen tener un sistema de seguimiento automatizado que se conoce como Sistema Automático de Información Hidrológica (S.A.I.H.), que mantiene activos los sensores necesarios para el seguimiento de los caudales.

Conozco personalmente el sistema porque me ha tocado en alguna ocasión informar acerca de la adecuación ambiental de alguno de los proyectos para su puesta a punto y modernización en mi lugar de trabajo.

Resulta muy extraño por tanto que haya existido una falta de datos, salvo fallo del sistema o manifiesta incompetencia de alguien. Por regla general, resulta intachable la profesionalidad de los técnicos a cargo de estas cuestiones. Son altamente conscientes de los riesgos que conlleva y ajenos a otra ideología que no sea la del servicio público.

El desagüe controlado de las estructuras con capacidad regulable, grandes diques con sistemas de aliviadero móvil (presas), es una estrategia de amortiguación que tiene como fin generar el vacío necesario para laminar en la mayor medida posible el caudal punta de una avenida.

Cuestionar otros fines, en el caso de la apertura en la presa de Forata, particularmente me parece fuera de lugar. También se ha hablado mucho de la provocación del evento mediante técnicas de geoingeniería o la dejación de funciones para favorecer la inundación. Descarto totalmente una opción de ese tipo.

Si el evento supera las estimaciones previstas (período de retorno T) en el cálculo de la estructura, los protocolos fallan y se ven comprometidas las medidas de seguridad aguas abajo. La ocurrencia de un suceso extraordinario siempre entra dentro de lo posible. Cabe en esta situación el dicho según el cual, la realidad supera a la ficción.

Según los datos disponibles, la magnitud del evento, si bien extraordinaria, no ha superado la de otros que obran en la memoria de aquel territorio: 1957, 1977, 1982, 1986 (Martínez de Azagra & Navarro Hevia, 1996), por lo que resulta más incomprensible que haya habido falta de previsión en la dotación de medidas preventivas contra este tipo de fenomenología.

Desembocadura del barranco del Poyo. Foto: cortesía de E. Ortega Gironés

La gestión hidrológica en la zona está adscrita a la Confederación Hidrológica del Júcar, organismo autónomo vinculado a la Administración central del Estado a través del actual Ministerio para la Transición Energética y Reto Demográfico (MITERD).

Curiosamente el mismo Ente oficial obsesionado con el cambio climático y entre cuyas tareas consta la inalcanzable de mitigar sus efectos (los del clima, no los del propio Ministerio).

Teniendo en cuenta esto así como la vinculación del desastre a una estructura bajo adscripción meridianamente clara, no será difícil a la jurisdicción competente atribuir responsabilidades y solicitar compensación proporcional a los daños producidos.

En los tiempos que nos movemos, donde se ha perdido la noción de patriotismo, entendida como la generación de patrimonio para beneficio del país, no es de extrañar el abandono en políticas de inversión que suponen una carrera de fondo, un recorrido a largo plazo. Por lo que, la dejaciónde este tipo de políticas se suma a la existente en otros ámbitos.

Lo peor de todo ha sido la gestión posterior al desastre. La tutela por parte del Estado no es facultativa sino obligatoria. La famosa declaración institucional por parte del Presidente del Gobierno resulta inconcebible y totalmente asimétrica. Su definición de Estado, a título meramente justificativo de la inacción, lo ubica en la pura inopia.

A título personal, las de la ministra de Defensa, con relación a la función de socorro de la población civil por el Ejército, poco menos que infames.

LA RESPONSABILIDAD, NO ES DELEGABLE.
Primer principio de estructura organizativa.


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Artículo originalmente publicado en Entrevisttas